miércoles, 20 de marzo de 2013

Mi mejor amiga.




Siempre me pedías
que te escribiera una poesía,
sin creerte nunca
que mientras estuviéramos juntas
la poesía éramos tú y yo.
Podría hablarte del tiempo
que sin ti no quiere pasar
y de las palabras
que no te digo,
ni te escribo.
De abrazos ahora vacíos
de los que cuelga un cartel
que denuncia la desaparición
de un sentimiento que se marchó.

Sería agotador reconocer
que ya no somos las mismas
muchachas que tanto se besaron.
Muchachas que prometieron no crecer,
prometieron quererse hasta morir.
Prometer, joder, lo sé.
Prometí no irme, pero
tampoco me he quedado.

Cuesta aceptar que ya no lloras
como solías hacer
y que todo esto
te tendría que estar matando
pero que no duele.

Tan difícil admitir que la distancia
acabó por ganar la guerra
dejándome con un cuerpo
de campo a través
de un territorio de batalla
que jamás pensé cruzar.

Estas palabras, antes preferibles
a cualquier cosa,
ahora se hacen hueco entre
un "no tengo apenas tiempo"
y un "te juro que se me olvidó".

Nos malgastamos en conversaciones
insípidas,
que tampoco se preocupan mucho por saber
que la una ya no piensa casi en la otra.

Recuerdas como a los 16 llorabas con
las cartas podridas de amor,
que niñas de 10 se enviaban
a escondidas.
Cartas torpes guardadas con recelo,
sin más gracia que un "te quiero"
mal escrito y arqueado.

Reproches ausentes
que quedarán de por vida,
y no notarás
hasta la primavera del 29.

Sigo esperando el típico
 - Joder, tía, cómo has cambiado.
 para preguntarte si acaso tú
 sigues siendo la misma.
 Si tu risa,
 que ya no juega con la mía,
 sigue riéndose con otras bocas.
 O si cuando no sabes qué hacer
 con tu puta vida
 le preguntas a tu padre
 para que te ayude, y te decida.

 Te juro que no cambiaría aquellas
 tardes en las que cualquiera juraría
 que no hacíamos nada.
 Pasábamos los días
 sin miedo a un final,
 haciendo palomitas en microondas
 a los que no les daba la gana
 calentar.
 Tardes de cocina
 y sofá-cama,
 con pelis proyectadas
 en pantallas apagadas.
 Todas mis tardes,
 y más de una mañana.
 Vidas llenas de caricias que un día
 no se podían tocar más.

 Y al fin y al cabo eres mi mejor amiga,
 la que me conoce como si fuera mi madre,
 o al menos, me conocía.
 Y no quiero otra
 que no sea aquella niña
 que lloraba por tonterías
 que yo tenía que consolar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario